Se acabaron Los Soprano, y hay un montón de gente que no entendió el final. Pero debo decir que a mi me encantó. Se acabó Los Soprano igual como empezó: en un día cualquiera en la vida de un mafioso que se habrá comprado una tremenda casa pero de todas maneras sale en calzoncillos y cadena de oro a recoger el diario, que es el flaite del barrio por más que tenga plata, y que tiene un hijo tonto por más que le compre una tremenda camioneta y que lo mande a un psiquiatra terriblemente caro.
Se acabaron Los Soprano, y es una pena, porque por una vez fue genial ver mafiosos que no parecían personajes de ópera (a lo saga de El Padrino) sino más o menos lo que deben ser: tipos que no terminaron ni la escuela y escriben con faltas de ortografía, que son capaces de matar a su propia sangre si no les conviene y que hablan cualquier huevada mientras se comen un sánguche, igual que el resto de los mortales.
Se acabaron Los Soprano, pero de alguna manera se quedan. David Chase, el productor y creador de la serie, le dio un palo al gato que no se superará con facilidad. Había que tener agallas para poner en la tele y en una serie gringa capítulos que terminaban en nada (con Carmela y Tony viendo tele, sin decirse ni una palabra), con romances que nunca fueron (al final la psiquiatra no se enamoró de Tony, o nunca lo confesó), o con unos desgraciados psicópatas como la tropa de Tony que nunca recibieron 'su merecido'. O para meter la discusión sobre el gato al final, o sobre los patos al medio. O para llegar y sacar de la serie a actores increíbles, que sabían hacer llegar el people meter a las nubes, como el primo de Tony, interpretado por Buscemi, un maestro.
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